De un tiempo a esta parte, debido a la pandemia, las cartas en QR se han convertido en una constante en los restaurantes. Y es lógico, puesto que ofrecen una alternativa touchless a las cartas impresas, tan poco recomendables en las circunstancias actuales. Se podría decir que aunque los códigos bidi ya estaban presentes en nuestras vidas con anterioridad al coronavirus, sin duda alguna esta crisis sanitaria ha contribuido a extender su uso mucho más allá de lo que habríamos imaginado hace un par de años.
Y es que hasta ahora no eran demasiadas las personas que utilizaban este tipo de códigos, pero con la proliferación de las cartas en QR hemos podido ver a todo tipo de personas utilizando su smartphone para escanearlas. Y, a la sombra de estas circunstancias, también ha proliferado su uso en otros ámbitos. Por ejemplo, hace unos pocos meses fui a un comercio que tenía las clásicas tarjetas de visita en el mostrador, pero que en vez de los datos impresos, tenían un gran QR que escanear para añadirlo a los contactos del teléfono.
Seguramente, y a consecuencia del éxito de las cartas en QR, a corto y medio plazo veremos cómo se empiezan a ver en más entornos y contextos, como consecuencia de la familiaridad que han adquirido en estos tiempos. Y es que son muchas las ventajas que ofrece este sistema: desde entregar de una manera sencilla enlaces muy complejos hasta reducir la superficie de impresión necesaria para ofrecer un gran volumen de información.
El problema (sí, parece que siempre tiene que haber al menos un problema) es que, paremos un momento a pensarlo, cada vez que consultamos las cartas en QR, así como cualquier otro contenido enlazado mediante un código bidi, estamos facilitando dos datos muy importantes: ubicación e interés en un producto o servicio determinado, una información por la que muchos departamentos de marketing estarían dispuestos a pagar.
Así, y según alerta The New York Times, ya hay sistemas que recopilan datos sobre las consultas de las cartas en QR que, con algunos datos adicionales, permiten rastrear a los clientes. ¿Recuerdas que hace unos días hablamos de la huella del navegador? Pues aquí hablamos de un caso similar: la propia consulta de las cartas en QR sumada a los datos que se pueden obtener de la conexión, el navegador, etcétera, proporcionan mucha más información de la que pensamos.
¿Y de qué sirve el dato puntual de que hemos consultado un bidi? Pues de no mucho, eso es cierto, pero podemos decir lo mismo de un acceso puntual a una página web o una interacción en una red social. La clave, como ocurre en esos casos, viene dada por el agregado, es decir, por la creación de bases de datos que, gracias a los identificadores únicos, permitan trazar el perfil de consumo de un usuario. Y eso, con las cartas en QR, sumadas a las interacciones con este tipo de códigos en otros comercios físicos, ofrece un enorme potencial para la segmentación de cara a campañas de marketing y similares.
Esto no es, ni mucho menos, una satanización de las cartas en QR. Muy al contrario, han sido y siguen siendo un sistema ideal para evitar el uso de cartas y menús impresos que pasan de mano en mano, con los riesgos que esto conlleva. Sin embargo, esta es una señal más de que los responsables de los navegadores deben ponerse las pilas en lo referido a evitar que los navegadores web puedan ser tan indiscretos. Y es que falta de que los reguladores actúen en este sentido, dependemos de los navegadores para poder mantener nuestra privacidad a buen recaudo.
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