Decir que la situación en oriente medio es complicada es una obviedad y un comodín. Desgraciadamente hablamos de una región del mundo en la que los conflictos, más o menos velados, son una constante. Y al hablar de conflictos no solo nos referimos a confrontaciones bélicas «clásicas», claro. Desde los tiempos de la guerra fría, aprendimos que no hace falta una declaración de guerra para que se sucedan las hostilidades. Y en los últimos años, las actividades de robo de datos, espionaje y sabotaje a través de la red de redes han cobrado una enorme importancia. La ciberguerra no requiere de casus belli, y declaración formal, se puede dar (y en realidad ha ocurrido) incluso entre aliados.
No es este, el de aliados, el caso que nos ocupa hoy, en esta ocasión hablamos de una rivalidad que viene de lejos y que, a día de hoy, es posiblemente la que mayor nivel de desequilibrio plantea en oriente medio. Me refiero, claro, al enfrentamiento entre Israel y la República de Irán, una guerra subsidiaria que no parece tener fin, en el que la beligerancia por ambas partes es más que notoria, y en el que la ciberguerra tiene un encaje perfecto, dado que además ambos estados no comparten fronteras.
Quizá recuerdes que hace algo más de dos meses te hablamos de un ciberataque a las instalaciones portuarias de Irán en el estrecho de Ormuz, una operación que, como ya se sospechaba, pocos días después se confirmó que tendría, como ejecutor, al gobierno israelí. Un ataque que, según los expertos, se produjo en respuesta a otra acción llevada a cabo en sentido inverso, es decir, un ciberataque de Irán a Israel en abril de este mismo año, en el que el régimen de Teherán intentó sabotear al menos dos redes rurales de distribución de agua en Israel, modificando la cantidad de cloro, con el fin de producir una intoxicación a todos sus consumidores y usuarios.
En aquel momento, según las autoridades de Israel, el ataque fue rápidamente identificado, repelido y no tuvo consecuencias. Sin embargo, un artículo publicado el pasado mes de junio en en el Financial Times, afirmaba que los atacantes iraníes sí que habían obtenido acceso a algunos de los sistemas de control y que, en consecuencia, los efectos del ataque podrían haber sido bastante peores de lo que dieron a entender las autoridades en un principio. Y es que otra medida común en la ciberguerra consiste en intentar restar relevancia a las acciones llevadas a cabo por la otra parte.
Y ahora hemos sabido, por medios locales (en hebreo), que el pasado mes de junio se produjeron otros dos ataques en el mismo sentido, probablemente a modo de respuesta al ciberataque a las instalaciones del estrecho de Ormuz. El primer se centró en las instalaciones de bombeo para uso agrícola en la parte superior de Galilea, mientras que el segundo se dirigió al sistema de bombeo de agua en la provincia central de Mateh Yehuda. Las autoridades afirmaron que los ataques tuvieron lugar el mes pasado, en junio, y no causaron ningún daño a los servicios atacados. ¿Será cierto? En la ciberguerra nunca se sabe…
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