Por norma general, cuando hablamos de personas mayores, tendemos en primera instancia a pensar en un grupo demográfico concreto, pero poco después, lo más común es que nos venga a la cabeza alguna persona de nuestro entorno familiar o cercano, que nos sirve para ponerle cara a lo que, hasta ese momento, no es más que información numérica y estadística. Y es fundamental hacerlo, porque solo tras dar ese paso podemos realizar una aproximación realmente empática a sus circunstancias y necesidades concretas.
A mí, por ejemplo, me ocurre principalmente con mi madre. Con sus setentaypocos años se desenvuelve con mucha soltura en el mundo tecnológico (algo habré tenido yo que ver, no lo voy a negar). Utiliza su ordenador y su tablet de manera habitual, tiene perfil en alguna red social, consume contenidos de YouTube como una millenial y llena muchos de sus ratos de ocio con todo tipo de juegos (fue la primera persona de la unidad familiar en terminarse la saga de Monkey Island, por poner un ejemplo). Y todos los días recibe algún que otro scam en sus cuentas de correo electrónico.
Por suerte ha aprendido a identificarlos rápidamente y, en la inmensa mayoría de los casos, van directamente a la papelera. Solo hace alguna excepción a la regla cuando, por alguna razón, generalmente por bromear, quiere enseñarme alguno. Y aún así, pese a ello, con algún phishing en concreto ha llegado a dudar. Recuerdo, por ejemplo, la primera vez que vio un mensaje en su Iphone en el que ponía que el móvil tenía algunos problemas, y que tenía que descargar una app para solucionarlo.
Todo esto me viene a la cabeza a raíz de un artículo de Karoline Gore publicado en el blog de seguridad de la tecnológica AT&T, en el que se hace un interesante repaso a las principales amenazas de ciberseguridad a las que se enfrentan nuestros mayores. La pandemia de coronavirus ha sido un importante recordatorio de que tenemos que velar más por su seguridad y, como recuerda Gore con ese texto, el campo de la informática, la tecnología y las comunicaciones no es una excepción.
Hay un punto que resulta interesante mencionar, y es que por norma general los fraudes online que afectan a nuestros mayores suelen tener un mayor impacto económico que los que afectan a otros segmentos demográficos. En Estados Unidos la media es de 1.092 dólares en personas de más de 70 años, frente a los 400 dólares en el grupo de 20 a 29 años. Esto significa que cada amenaza entraña un riesgo mayor en lo referido a sus consecuencias.
Con respecto a las principales amenazas a las que se enfrentan los mayores, gran parte de ellas están directamente relacionadas con su desconocimiento en lo referido al mundo digital. Muchos de ellos han querido o se han visto forzados a emplear dispositivos y servicios varios, pero en gran parte no cuentan con una base sólida de conocimiento. Han aprendido a llevar a cabo tareas concretas, pero cuando salen de ellas se enfrentan a un entorno completamente desconocido y, en no pocas ocasiones, un tanto hostil.
Y a esto hay que sumar otro factor de gran riesgo, y es que tienden a ser más confiados ante elementos que son reconocibles para ellos. Así, por ejemplo, fraudes como los relacionados con los envíos de Correos, phishing bancario e, incluso, scams relacionados con la seguridad, son una trampa en la que los mayores pueden tropezar con mayor facilidad. El poder de un simple logotipo en un correo electrónico fraudulento es mucho mayor de lo que podamos pensar, especialmente para aquellas personas que se sienten un tanto perdidas en el medio, y que buscan elementos reconocibles para sentirse más seguras.
Y aún hay un factor más que afecta a los mayores: la soledad, una circunstancia que puede empujarlos a buscar vías de socialización ya sea para buscar nuevas amistades, pareja, etcétera. Una puerta abierta a fraudes de todo tipo, desde falsas agencias de contactos a los ya más que clásicos scams de correo en los que una persona, generalmente una mujer joven y atractiva, ha visto nuestra foto en Internet y le gustaría conocernos. Para una persona que pasa la mayor parte de su tiempo en soledad, hablamos de un señuelo, un cebo tan poderoso, que seguramente sea capaz de forzar la inhibición de todas las alertas que deberían saltar siempre en estas circunstancias.
Así que llega el momento de hacernos la gran pregunta:
¿Qué podemos hacer nosotros para proteger a nuestros mayores?
Afortunadamente sí que está en nuestra mano el ayudarlos a hacer un uso más seguro de la tecnología. El enfoque, eso sí, debe ser integral, incluyendo tanto medidas preventivas como reactivas. Se puede resumir en estos cuatro puntos:
- Capacitación en ciberseguridad: No, obviamente no hablo de convertir a nuestros mayores en especialistas en seguridad informática. Pero sí que resulta clave mantener unas cuantas conversaciones con ellos, explicándoles a qué riesgos se enfrentan, a qué deben prestar atención y, como siempre suelo decir, que le presten más atención al sentido común. No es necesario que sepan que el phishing se llama phishing, pero es fundamental que sepan que existe y que, tarde o temprano, tendrán que enfrentarse a él. El enemigo más peligroso suele ser aquel que no conocemos.
- Canales de comunicación: Es normal que los mayores tengan muchas dudas al enfrentarse a nuevas tecnologías, y es imprescindible que tengamos abiertos tantos canales de comunicación con ellos como sea posible, para ayudarlos a solventarlas. Seamos un poco generosos con nuestro tiempo, sin duda ellos se lo han ganado, y diez minutos hoy pueden evitar un gran disgusto mañana.
- Soluciones administradas: Desde suites de seguridad hasta soluciones de acceso remoto, contamos con muchas soluciones que nos permiten gestionar, de manera remota, la seguridad de los dispositivos que emplean los mayores. Si nos hacemos cargo de administrar esa parte de su seguridad y, además, contamos con acceso a sus dispositivos para identificar y solucionar problemas, actualizar componentes, etcétera, su seguridad aumentará exponencialmente.
- Planes de actuación: Debemos tener claro, de antemano, cómo deben actuar nuestros mayores, y cómo debemos actuar nosotros frente a cualquier incidencia. Siempre desde la empatía, siempre con asertividad, no olvidemos que ellos actuaron así con nosotros cuando lo necesitamos. Transmitir tranquilidad y guiar de manera clara en los pasos que hay que dar no solo reduce el potencial impacto de lo ocurrido, sino que además no genera en la víctima una sensación de rechazo hacia todo lo relacionado con la tecnología.
La clave, como ya habrás deducido, está en la comunicación. Nuestros mayores pueden padecer de cierta torpeza, pero no son tontos, de manera que con los conocimientos y las herramientas adecuadas pueden disfrutar de todas las posibilidades que ofrece la tecnología de una manera segura. Ahora bien, nuestro rol y nuestras acciones son un elemento fundamental para que así sea. Y aunque el maldito coronavirus nos ha robado muchos de ellos, otros tantos siguen aquí con nosotros. Les debemos velar por su seguridad, y no nos podemos permitir fallarles.
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